Philippe Alcoy
Jueves 29 de octubre de 2015
No podemos escapar a nuestro tiempo. Y vivimos en una época
profundamente reaccionaria: explotación, opresión, humillación y
sufrimiento hacen parte del cotidiano de la aplastante mayoría de los
miles de millones que pueblan nuestro planeta.
Los pacientes esquizofrénicos, y todos los que sufren trastornos de
salud mental en general, evidentemente no escapan a esto. Al contrario.
Seguido deben pagarlo al costo de profundos sufrimientos y a veces
incluso con su vida. Raros son los que tienen la suerte de seguir
tratamientos más sofisticados, que salen de los habituales tratamientos
basados prácticamente exclusivamente en la medicación. Tratamientos que
son calificados por algunos como “alternativos” y que permiten a los
pacientes esquizofrénicos de tener la posibilidad de llevar una vida
“como los otros”… por más que cabe preguntarse ¿qué vida llevan “todos
los otros”?
Se estima que 45 millones de personas en el mundo (0,7% de la
población mundial) son esquizofrénicas. Se trata de una enfermedad muy
compleja cuyo origen se encuentra parcialmente en el dominio de la
genética, por más que aun nos encontremos lejos de determinar sus causas
precisas. En efecto, entre 10 y 20% de la población mundial sería
genéticamente vulnerable a esta enfermedad, pero solo menos del 1% la
desarrolla.
Esto lleva a muchos investigadores a preguntarse sobre si los
factores sociales podrían favorecer el desarrollo de la esquizofrenia en
ciertos individuos. Así, ciertas búsquedas indican que los habitantes
de zonas urbanas tendrían entre 1,5 y 32 veces más posibilidades de
desarrollar la esquizofrenia que los habitantes de zonas rurales. Otro
grupo social particularmente vulnerable sería el de los inmigrantes, y
entre éstos los inmigrantes provenientes de países en donde la población
es mayoritariamente negra.
Esto se explicaría por el hecho de que estos individuos están
expuestos a una fuerte “competencia social” en donde una experiencia
prolongada en una posición social subordinada (“derrota social”) podría
facilitar el desarrollo de la enfermedad. Jean-Paul Selten y Elizabeth
Cantor-Graae escribían en el The British Journal of Psychiatry-
en julio de 2005 que “la discriminación podría seguramente contribuir a
la experiencia de derrota [social] vivida por los inmigrantes. Debemos
señalar que un estudio en Holanda considera que la discriminación
percibida era un factor de riesgo para el desarrollo de síntomas
psicóticos”.
En cuanto a los tratamientos, el New York Times publicó recientemente un artículo-
sobre los resultados de una investigación de un grupo de psiquiatras en
los Estados Unidos (en donde dos millones de personas están
diagnosticadas esquizofrénicas). Este estudio señal la importancia de
los tratamientos basados en el intercambio y el diálogo con el paciente,
en la implicación de la familia, en que ésta comprenda la enfermedad y
en la reducción de las dosi de medicamentos antipsicóticos que provocan
seguido efectos indeseables bastante pesados para los pacientes.
Según las conclusiones del estudio, “los pacientes que reciben dosis
menores de antipsicóticos y un tratamiento enfatizando la terapia de
discusión uno a uno y un apoyo mayor de la familia realizan progresos
más importantes en la recuperación en el curso de los dos primeros años
de tratamiento que los pacientes que reciben el habitual tratamiento
basado en la medicación”.
Evidentemente, estos estudios son alentadores y permiten buscar
mejores tratamientos para los pacientes esquizofrénicos, con los menores
efectos indeseables posibles. Pero una vez más, se trata de
tratamientos que implican varios factores sociales muy difíciles a
reunir, sobre todo en una sociedad tan brutal y violenta como el
capitalismo.
El primero es el de una política por parte de Estados y gobiernos que
dé los medios financieros suficientes a hospitales y clínicas estatales
que les permitan responder a esta cuestión de salud pública y que
permita a los pacientes seguir tratamientos adaptados –y de calidad-
totalmente gratuitos. En efecto, en timpos de crisis económica es mas
bien lo contrario que vemos. Y esto sin evocar el hecho que en general
las cuestiones ligadas a la salud mental no son tratadas bajo el ángulo
de la salud pública sino bajo el de la “seguridad”: En EEUU por ejemplo
esta cuestión se plantea regularmente luego de las matanzas que se dan
en los campus universitarios o en los colegios… Se trata así de evitar
que “los locos maten inocentes”.
Por otro lado, la implicación de las familias en el tratamiento puede
transformarse en un obstáculo importante. Evidentemente, esto trata de
luchar contra el hecho que, a veces, ciertas familias abandonan a su
pariente esquizofrénico. Sin embargo, seguido (muy seguido) es también
en el seno de la familia que surgen los traumatismos. Y esto sin hablar
de los tabúes que existen hacia las enfermedades psiquiátricas.
Vivimos efectivamente en una sociedad en donde la explotación y la
opresión son elementos estructurales. En este sentido, estos factores no
pueden ser subestimados en el tratamiento de las enfermedades
psiquiátricas, sobre las cuales los factores sociales tienen una
influencia importante (por más que las investigaciones en este dominio
deben ser aun profundizadas).
Sin embargo, ante esta sociedad que nos destruye física y
psicológicamente podemos hacer la hipótesis que la eliminación de las
fuentes de sufrimientos, humillaciones y traumatismos ligados a la
explotación y a las opresiones, intrínsecas al capitalismo, podría
reducir ampliamente los factores haciendo la vida de los esquizofrénicos
y otros pacientes psiquiátricos tan difícil y pesada. Deshacernos del
capitalismo sería en este sentido un primer pero significativo paso del
tratamiento social de las enfermedades psiquiátricas.
Entonces, si es verdad que no podemos escapar a nuestro tiempo esto
no significa que no podamos luchar para conmoverlo, conmover nuestra
época. Derribar el orden existente. Construir un tiempo nuevo. Una
sociedad nueva liberada de toda explotación y opresión. Es también una
cuestión de supervivencia…
Fuente: LID
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