Philippe Alcoy
Fuente: FT-CI
En la noche del 18 al 19 de febrero se vivieron en Kiev, la
capital ucraniana, las escenas más violentas desde el comienzo de las
protestas y movilizaciones encabezadas por la oposición de derecha
contra el gobierno de ese país en noviembre del 2013. La violenta lucha
enfrenta dos proyectos capitalistas, el pro ruso y el pro Unión Europea
(con apoyo de EEUU). Hubo por lo menos 26 muertos, de los cuales 11
policías, y más de 240 heridos, muchos luego de ser baleados. Esto es
producto de un giro represivo del presidente Viktor Yanukovich en el
medio de una situación de profunda crisis económica, política y social
que atraviesa el país y de la que nadie ve claramente una resolución.
Si bien las movilizaciones ya habían tomado un tono más violento a
mediados de enero cuando el gobierno ucraniano había hecho votar en el
parlamento leyes que restringían fuertemente el derecho a manifestar,
desde hacía por lo menos dos semanas la situación parecía estar
apaciguándose y entrando en una fase de negociaciones. La anulación de
estas leyes antidemocráticas, consecuencia de las movilizaciones, y las
presiones internas y externas sobre el gobierno, así como la renuncia
del entonces primer ministro Mycola Azarov, contribuyeron a establecer
esta “tensa calma”. De hecho, los manifestantes no evacuaron las plazas y
edificios públicos ocupados en distintas ciudades como Kiev y otras en
el oeste del país.
Sin embargo, una brusca maniobra de los diputados del partido
oficialista (el Partido de las Regiones), que se negaron a inscribir en
el orden del día la discusión de una serie de leyes que conducirían a la
reforma del régimen político, provocó la reactivación de las protestas.
Cerca de 20 mil manifestantes se dirigieron hacia el parlamento
ucraniano y ocuparon un edificio del Ejército situado cerca de éste.
Luego de un ultimátum por parte del gobierno, el servicio de subterráneo
fue interrumpido y se instalaron controles en las rutas que conducen a
Kiev, en un intento claro de aislar a los manifestantes.
En la tarde-noche del martes 18 las fuerzas de represivas, apoyadas
por tres tanques blindados y camiones hidrantes, lanzaban el asalto a la
Plaza de la Independencia (Maidan), ocupada desde noviembre por los
manifestantes opositores. Los ocupantes de la plaza los recibieron con
bombas molotov, piedras, pirotecnia e incluso algunos con armas de
fuego. Es a lo largo de estos enfrentamientos que se produjeron la
mayoría de los muertos y heridos. Finalmente, la policía pudo ingresar a
la plaza pero por el momento solo ocupa un tercio de la misma.
En otras ciudades del oeste del país como Lvov, según fuentes, los
manifestantes habrían ocupado los edificios de la administración local.
También, habrían atacado comisarías y edificios militares. Un depósito
de armas estaría bajo control de los manifestantes, que en esta región
están ampliamente dirigidos por la extrema-derecha nacionalista del
partido Swoboda.
¿Solo un giro represivo del gobierno?
En estos últimos días Yanukovich y sus allegados se veían divididos
en la actitud que se debía adoptar frente a los manifestantes. Por un
lado, un sector apoyado (o más bien impulsado) por Moscú se inclinaba
más por una actitud represiva; mientras que por otro lado, sectores de
la oligarquía nacional presionaban al gobierno para que adoptase una
línea más “dialogante” con la oposición y el imperialismo. Este sector,
amenazado por los dirigentes imperialistas, teme ver sus intereses
afectados y sus fortunas bloqueadas en los bancos occidentales.
La cuestión es que este “giro represivo” podría ser el signo de algún
tipo de acuerdo entre el presidente Yanukovich y Rusia. Lo que pudo
haber acelerado esto es sin lugar a dudas la situación económica
catastrófica del país, que se degradó profundamente desde principios de
este año. Ya desde antes del inicio de las protestas, Ucrania se
encontraba al borde de la bancarrota. En este sentido, la promesa de un
préstamo de 15 mil millones de dólares, así como una baja en la tarifa
del gas, por parte de Rusia había jugado un rol determinante para que
Yanukovich tomase la decisión de no firmar el acuerdo de asociación con
la UE en noviembre pasado.
Un primer tramo de 3 mil millones fue entregado a Ucrania en
diciembre. En enero, luego de la renuncia del primer ministro Azarov, el
gobierno ruso condicionó el desembolso del resto del préstamo a la
formación de un nuevo gobierno que le sea favorable. Pero el lunes 17
febrero, dirigentes rusos declaraban que Rusia concedería un nuevo tramo
de 2 mil millones de dólares de los 15 mil millones que le prometió a
Kiev. Aun no se sabe en qué se comprometió el gobierno ucraniano. A esto
hay que agregarle que el imperialismo no es capaz actualmente de
ofrecer algo siquiera cercano a la oferta rusa, ni siquiera una
integración de Ucrania a corto plazo a la UE.
Por su parte, los dirigentes imperialistas de la UE, sobre todo
Alemania, que mantenían una posición más “cautelosa”, ahora realzan el
tono amenazando con sanciones individuales “contra los responsables de
la violencia y la represión”. Al mismo tiempo, para mantener abierta la
negociación y no adentrarse en una situación de violencia incontrolable,
llaman a la calma, al dialogo y a la búsqueda de una solución común con
Rusia.
El gobierno ruso justamente habla de complot e “intento de golpe de
estado” por parte de los occidentales y los culpa por la violencia. Al
mismo tiempo llama a la oposición ucraniana a retomar las negociaciones
con el “gobierno legitimo”, el de Yanukovich. Es por esto que no podemos
excluir la posibilidad que este vuelco represivo no sea algún tipo de
intento de inclinar la relación de fuerzas a favor de Yanukovich y los
aliados de Rusia para negociar desde una posición más confortable. De
hecho, mientras cerramos esta nota, el presidente Yanukovich declara
haber establecido una “tregua” con la oposición.
¡Luchar por una perspectiva de clase!
Actualmente ningún escenario puede ser excluido en Ucrania, incluso
los más “catastróficos”. Claro que el imperialismo, por el momento, aun
apuesta a una salida negociada entre el gobierno ucraniano, la oposición
y Rusia. Pero la represión contra los ocupantes de Maidan podría estar
reactivando y radicalizando la resistencia tanto en la capital como en
las regiones de oeste del país.
En este sentido, de intensificarse la lucha, un escenario de tipo
“yugoslavo” no debería excluirse. De hecho, ciertos dirigentes rusos ya
empiezan a hablar de crear una Ucrania “federativa”. Así, Serguei
Glaziev, consejero de Putin, explica que “hay que dar más derechos a
las regiones de Ucrania para que puedan tener sus propios presupuestos y
determinar parcialmente su propia política extranjera".
Pero frente a estas alternativas reaccionarias tanto del poder
pro-ruso, como de la oposición pro-UE y los grupos de extrema-derecha
nacionalistas lo que falta es una alternativa claramente de clase que
defienda y luche por los intereses de los trabajadores y las clases
populares. En las zonas más industrializadas del Este los trabajadores
se muestran escépticos, cuando no apoyan a Yanukovich.
Mas en general, el movimiento obrero organizado no intervino por el
momento en la crisis ucraniana. Esto sería fundamental para darle otro
contenido a esta explosión social. Una explosión social que es
evidentemente mucho más profunda que el pedido de un “acercamiento” a la
UE, pero que lamentablemente por el momento logra ser capitalizada ya
sea por la oposición pro-UE o por grupos neofascistas.
Los trabajadores y las masas de Ucrania podrían inspirarse de la
revuelta en Bosnia en donde las reivindicaciones obreras y populares son
centrales. Tomar esa senda sería también una forma de disputarle
sectores importantes de las clases medias a las tendencias reaccionarias
y burguesas y crear una alianza de clase explosiva capaz de cuestionar
profundamente el capitalismo semi-colonial ucraniano.
19/2/2014.
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire