Philippe Alcoy
El Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia condenó el 24 de marzo al ex presidente de la Republika Srpska de Bosnia-Herzegovina, Radovan Karadžić, a 40 años de prisión. ¿Se hizo justicia?
Karadžić fue principalmente considerado responsable por el genocidio
de Srebrenica en julio de 1995, al fin del conflicto más sangriento de
Europa desde la Segunda Guerra Mundial (más de 100.000 muertos y 2
millones de desplazados) entre 1992 y 1995.
Responsable por crímenes de guerra y contra la humanidad, de
deportaciones, de torturas y por el sitio de Sarajevo que duró 44 meses,
lo mínimo que se podría decir es que esta condena llega bastante tarde:
mas 20 años después del fin de la guerra. Karadžić fue declarado
culpable de diez de las once acusaciones en su contra por crímenes
cometidos durante la guerra de Bosnia en los años 1990. De este modo,
por más que es considerado culpable por crímenes en las municipalidades
de Bratunac, Foča, Ključ, Prijedor, Sanski Most, Vlasenica et Zvornik,
en 1992, el tribunal consideró que no había intención de llevar a cabo
un genocidio en estas localidades. El abogado de Karadžić por su parte
ya declaró que su cliente apelará esta condena.
Antes de su detención en 2008, Karadžić pasó 13 años prófugo. Hay
razones para pensar que tanto Karadžić como Ratko Mladić, jefe de guerra
de los serbios de Bosnia, pudieron esconderse de la justicia
internacional durante largos años gracias a la complicidad de los
servicios secretos serbios y al consentimiento de las potencias
occidentales. En efecto, el costo político y social de la impunidad de
los criminales de guerra en esta región sensible fue sin ninguna duda
considerado inferior al de la captura y castigo de éstos.
Esta condena del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia
(TPIY) es la primera de una serie de sentencias que habrá próximamente
para “peces gordos” de las guerras en ex Yugoslavia en los años 90.
Pronto será el turno del nacionalista serbio y presidente del Partido
Radical Serbio, Vojislav Šešelj, y luego la de Ratko Mladić. Sin
embargo, es muy probable que la condena de estos dirigentes conocidos no
resuelva nada las fracturas nacionalistas que existen en los países de
la ex Yugoslavia.
No obstante, con estos procesos mediáticos las potencias occidentales
intentarán declarar que se hizo justicia y así ocultar su propia
responsabilidad en los crímenes y en la impunidad de los genocidas de
las guerras de ex Yugoslavia. En efecto, son los dirigentes
imperialistas los que erigieron a Karadžić, a Milošević y a Mladić en
“socios privilegiados” en el proceso de negociación de “paz” (como lo
hacen actualmente con Bashar Al Assad en Siria). Son ellos los que, con
los Acuerdos de Dayton (1995), avalaron la partición reaccionaria de
Bosnia-Herzegovina en base a la limpieza étnica.
Así, por más que Karadžić, Mladić, Šešelj y los otros sean
condenados, su principal invención, la Republika Srpska que se
transformó en entidad oficial en Bosnia, fue más que legitimada por los
poderes internacionales. ¿Qué efectos tendrán estas condenas en las
relaciones entre los diferentes pueblos de la región si la herencia de
la limpieza étnica y del nacionalismo sigue en pie no solo en Bosnia
sino también en Serbia y Croacia? Continúa habiendo en esos países
dirigentes de Estado y “multitudes” para recibir a los criminales de
guerra como “héroes” o para denunciar la “injusticia” cuando se los
condena.
El hecho de que Karadžić haya sido condenado es sin ninguna duda una
buena noticia, sobre todo para sus víctimas y para la familia de éstas.
Sin embargo, estamos lejos de poder afirmar que se hizo justicia. Las
guerras de los años 1990 en la ex Yugoslavia tuvieron como consecuencia
no solo la dispersión nacionalista de los pueblos que la componían, sino
que también han preparado el terreno para que arribistas se apropien de
las riquezas producidas colectivamente durante varias décadas.
En ese sentido, no puede haber justicia hasta el final en la región
ex yugoslava sin un cuestionamiento global del orden social, político y
económico de la posguerra de los años 90; sin un cuestionamiento del
orden posyugoslavo. Dicho de otra manera, para que haya verdadera
justicia no solo hay que capturar y castigar a los responsables
materiales e intelectuales de los crímenes de guerra y contra la
humanidad, sino que hay que cuestionar la Bosnia de Dayton (basada
precisamente en esos crímenes) y el proceso de privatización de la
economía que arrojó a la pobreza a millones de personas. Sería una forma
también de romper las divisiones nacionalistas y crear la unidad de
clase de los trabajadores bosnios, serbios y croatas contra las clases
dominantes locales, independientemente de su origen étnico, y contra el
imperialismo.
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