Philippe Alcoy
Fuente: La Izquierda Diario
La crisis política en curso en Macedonia, en donde miles de personas
desfilaron en las calles exigiendo la renuncia del gobierno, podría
sorprender por tratarse de un país que no nos tiene acostumbrados a
grandes movilizaciones populares en los últimos años. Pero la realidad
es que ésta se suma a una serie de crisis políticas y sociales que
atraviesa la región desde por lo menos el comienzo de la crisis
económica mundial. ¿Esta inestabilidad social y política que comienza a
preocupar en las capitales occidentales estaría marcando el fin de un
periodo de parálisis de las clases populares de la región?
En efecto, en los últimos años ya pudimos observar crisis y
movilizaciones en distintos países como Eslovenia, Bulgaria, Rumania,
Ucrania, Bosnia-Herzegovina y Moldavia. En Hungría, Croacia, Montenegro y
Albania también se registraron movilizaciones populares pero de menor
alcance.
Efectivamente, estos movimientos y crisis tuvieron distintos grados
de profundidad e intensidad. En algunos casos lograron derribar
gobiernos locales y/o nacionales; en otros casos no fueron
suficientemente fuertes como para hacerlo. Al mismo tiempo, deberíamos
señalar que la crisis en Ucrania, si bien hace parte de esta serie de
conflictos en la región, representa un caso aparte por su gravedad,
implicaciones y consecuencias geopolíticas.
En todos estos ejemplos vimos dinámicas similares reproducirse. Si
bien el descontento popular podía desatarse a raíz de cuestiones
puntuales (aumento de las tarifas de servicios públicos, fuerte
represión, escándalos de corrupción, sospechas de fraudes electorales,
etc.) muy rápidamente el cuestionamiento de la “élite” política se
transformaba en uno de los principales ejes de lucha, o incluso el
principal.
Más allá de los límites reales de estos movimientos, lo primero que
habría que resaltar es que las masas de esta región están tomando poco a
poco la “costumbre” de la acción directa, de la lucha en las calles
contra gobiernos corruptos y represores. No se puede negar que esto sea
en gran medida el resultado de cierto efecto de contagio de las
movilizaciones populares contra los ataques de los capitalistas en
crisis que se desataron tanto en los países del sur de Europa como en el
norte de África.
Este elemento les da un carácter distinto a lo que fueron las
llamadas “revoluciones de colores” que eran fomentadas por ONGs y
fundaciones imperialistas con el fin de instalar gobiernos títeres
favorables a las potencias Occidentales. Evidentemente, esto no
significa que los imperialistas a través de sus instituciones
internacionales, fundaciones y aliados políticos y de la “sociedad
civil” locales no intenten canalizar y desviar el descontento popular
hacia sus propios objetivos geopolíticos y económicos en la región (en
este punto el ejemplo ucraniano es emblemático).
En todo caso, esta nueva tendencia a la movilización de las masas en
Europa del Este parece expresar un comienzo de cambio en la
predisposición de lucha de las masas, sobre todo si consideramos la gran
desmoralización y pérdida de confianza en la fuerza colectiva de la
clase obrera en movimiento que se expandió en la región a lo largo de
los años 90 y principios de los años 2000. Está claro que el legado del
periodo estalinista y del proceso de restauración capitalista, que
significó un profundo retroceso social, cultural y económico para las
clases populares, aún pesa. Es lo que los límites objetivos y subjetivos
de las movilizaciones actuales sugieren. Pero también es importante
tener en cuenta lo que el cambio que se está produciendo plantea en
cuanto a posibilidades para la clase obrera y los oprimidos de la
región.
Restauración capitalista y democracia burguesa en descomposición
Esta nueva situación de agitación social, a la que los dirigentes de
las potencias occidentales deben adaptarse, contrasta con el periodo
anterior de triunfalismo burgués, en el que el imperialismo utilizó la
restauración capitalista en el ex “bloque soviético” como uno de los
elementos centrales de su propaganda. La restauración capitalista en
Europa del Este representó en efecto una de las mayores victorias del
capitalismo en el siglo XX, cuyas consecuencias tienen todavía un peso
considerable sobre las masas.
En los países del “ex bloque socialista”, o lo que podríamos llamar
más correctamente ex Estados obreros burocratizados, la reintroducción
del capitalismo implicó une profunda degradación de las condiciones de
vida de las clases populares; privatizaciones (mafiosas o no) que
produjeron como consecuencia cierres de empresas y despidos masivos. En
países como la ex Yugoslavia este proceso desató además los conflictos
armados más sangrientos en el continente europeo desde el fin de la
Segunda Guerra Mundial.
Este proceso de restauración capitalista se dio paralelamente a la
instauración de regímenes de democracia burguesa. Esto también fue un
elemento importante de la propaganda política del imperialismo ya que se
afirmaba una correspondencia entre capitalismo (neoliberal) y la
“democracia”. Al mismo, tiempo el comunismo y cualquier otro régimen que
no fuese la democracia burguesa era (y es aun) asimilado al
totalitarismo, a la dictadura.
Pero estos regímenes de democracia burguesa que se extendieron en los
ex Estados obreros burocratizados (así como a otras regiones del mundo)
eran de una calidad pésima, incluso desde un punto de vista burgués. El
carácter degradado y descompuesto de esta “democracia” se podía
constatar no solo en la corrupción endémica y el clientelismo sino en la
calidad misma de sus instituciones.
Lo que se suele llamar “Estado de derecho” es completamente débil en
estos países. No solo los trabajadores sino las masas en general no
pueden confiar en las instituciones del Estado (justicia, parlamento)
que están completamente enfeudadas a gobiernos y a oligarcas.
La complicidad que existe entre por ejemplo la Justicia y las grandes
fortunas locales y empresas multinacionales se presenta de forma
completamente abierta, sin ningún escrúpulo. Así, frente a las repetidas
violaciones a las ya débiles leyes laborales por parte de las
patronales nacionales y extranjeras, los trabajadores saben que es
prácticamente inútil recurrir a la justicia.
Otro ejemplo de este vínculo directo entre la burguesía y el Estado
se refleja en los multiples casos en que magnates de tal o cual sector
de la industria son al mismo tiempo diputados o ministros, a nivel local
o nacional (para tomar otro ejemplo ucraniano, el presidente del país,
Petro Poroshenko, dirige un gran grupo chocolatero). Es decir, la
burguesía local, que proviene esencialmente del viejo aparato
burocrático estalinista, ejerce en muchos casos ella misma el poder
político.
A todo esto habría que sumarle el control total de los grandes medios
de comunicación por grupos oligárquicos ligados directamente al
gobierno y/o al imperialismo… sin mencionar los casos de represión
directa a periodistas opositores o simplemente críticos de las
autoridades.
Esta situación representa un problema incluso para la burguesía misma
ya que la corrupción endémica y la ausencia de la más mínima
independencia, aunque sea de forma, entre las instituciones del Estado,
los gobiernos y las clases dominantes locales crea las bases para
posibles crisis de legitimidad del Estado. Algo que puede desarrollarse
no solo entre los trabajadores sino también entre las clases medias,
incluso en sus capas más privilegiadas. No es casualidad que ONGs,
fundaciones y dirigentes imperialistas insistan tanto sobre la
importancia de reforzar el “Estado de derecho” y la lucha contra la
corrupción en estos países.
Crisis económica mundial y crisis del discurso triunfalista burgués
La crisis económica que estalló en 2007-2008 es una crisis histórica
del capitalismo. Ésta afecta a países imperialistas centrales como
Estados Unidos y varias potencias de la Unión Europea, aunque son los
imperialismos periféricos que más han sido golpeados como Grecia, el
Estado Español, Portugal, Irlanda. Los países semi-coloniales de la
periferia de la UE también han sido fuertemente golpeados por la crisis.
Ante los ataques de los capitalistas a través de sus planes de
austeridad, la crisis económica se transformó rápidamente en crisis
social y política en varios países. En algunos casos, como en Grecia y
el Estado Español, la crisis económica se transformó en crisis del
régimen político.
Esto es también el caso de varios países árabes del norte de África
en donde el proceso revolucionario nacido en Túnez provocó la caída de
dictadores que se encontraban en el poder desde hacía varias décadas:
Ben Ali en Túnez, Gadafi en Libia, Mubarak en Egipto. Si bien estos
retrocesos conocieron importantes retrocesos aún siguen abiertos.
Estas luchas y crisis son sin ninguna duda un golpe duro para el
discurso triunfalista de la burguesía a nivel mundial. No olvidemos que
en los años 90 el imperialismo llegó a hablar de “fin de la historia” y a
plantear que “no había alternativa” a la democracia burguesa y al
capitalismo.
La crisis en la UE y en las “viejas democracias” es un elemento
suplementario de esta crisis. Los inmensos sufrimientos que los “socios
europeos” le imponen a las masas de Grecia y otros países de la UE,
sumado a un giro cada vez más bonapartista y liberticida del conjunto de
los regímenes políticos del continente, le quita atractivo a la
“perspectiva europea” para los pueblos de muchos de los países del patio
trasero europeo.
Es en este marco que comenzaron a desarrollarse varias movilizaciones
masivas y luchas populares en distintos países de Europa del Este en
los últimos años. En ninguno de estas revueltas la demanda de
“integración europea” fue un eje central. Incluso en Ucrania, en donde
esta reivindicación fue central en un principio rápidamente fue relegada
y la denuncia del gobierno corrupto y represivo de Viktor Yanukovich
tomó su lugar (en todo caso antes de que un gobierno pro-imperialista se
instalase en Kiev y que el conflicto tome más bien la forma de una
guerra civil).
Si bien el rechazo de la casta política es algo que se repite cada
vez más en distintas partes del planeta y que se acelera al calor de la
crisis, en el caso de los países de Europa del Este una particularidad
debería ser destacada. En efecto, dada la forma en que la mayoría de los
regímenes políticos se constituyeron a lo largo de los últimos 25 años
en estos países (es decir, como regímenes de “contrarrevolución
democrática” y restauracionistas), el cuestionamiento de partidos
políticos y gobiernos está íntimamente ligado a todo el proceso de
restauración capitalista. Dicho de otra forma, en estos países
difícilmente se puede cuestionar a la casta política en el poder desde
el principio de los años 90 sin cuestionar a las privatizaciones, los
cierres de empresas, los despidos, la destrucción de los servicios
públicos, la perdida de conquistas sociales, la profunda degradación de
las condiciones de vida de la población en general y en particular la de
las clases populares.
Esto no significa evidentemente que las movilizaciones populares en
los ex Estados obreros burocratizados de Europa del Este lleven
mecánicamente a un cuestionamiento del capitalismo. Sin embargo, hay una
tendencia a establecer muy rápidamente el vínculo entre las cuestiones
del régimen político y las cuestiones de orden económico, casi como si
se tratara de una misma cuestión.
Así, en las movilizaciones que se dieron estos años se pudo constatar
que junto a la exigencia de la renuncia de tal o cual gobierno se
hablaba también de revisión de las privatizaciones que se llevaron a
cabo en las últimas décadas. En el caso de Bulgaria en 2013 por ejemplo,
los manifestantes ante el aumento de las facturas de electricidad
exigían la renacionalización de las empresas de electricidad e incluso
del conjunto de las privatizaciones llevadas a cabo desde hace 25 años.
Durante la explosión social en Bosnia-Herzegovina en febrero de 2014 se
llegó a hablar de nacionalización bajo control obrero de ciertas
fábricas junto con otras reivindicaciones obreras.
30/5/2015.
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