Philippe Alcoy
Fuente: La Izquierda Diario
Mientras Rusia revela un reforzamiento de su armamento nuclear,
Estados Unidos anunciaba la posibilidad de instalar armamento pesado en
los países bálticos y en otros países de Europa del Este miembros de la
OTAN.
El martes pasado la prensa revelaba que Rusia va a reforzar su
arsenal nuclear dotándose de 40 misiles intercontinentales. Esta
información es revelada luego de que el New York Times afirmara hace
unos días que los EE.UU. estarían evaluando la posibilidad de instalar
armamento pesado en los países bálticos y en otros países de Europa del
Este miembros de la OTAN. Ya en los desfiles del 9 de mayo en los que se
conmemoraba la victoria de la URSS sobre el ejército nazi, Moscú había hecho desfilar sus últimas innovaciones militares.
¿Se trata de una partida de póker político-militar entre Rusia y EE.UU.
o de una verdadera escalada militar que podría preparar eventos
trágicos, llegando incluso a un conflicto nuclear?
Ninguna hipótesis debería ser eliminada. Sin embargo, por el momento,
que tanto los EE.UU como Rusia busquen a corto plazo entrar en un
conflicto militar con consecuencias imprevisibles. En efecto, por más
que los dos campos se opongan abiertamente en el caso de la crisis
ucraniana, así como en otros conflictos, a pesar de sus objetivos
diferentes, se ven objetivamente obligados a colaborar en otros terrenos
(lucha contra Daesh, armas nucleares iraníes, etc.).
No obstante, tanto para uno como el otro la crisis en Ucrania tiene
implicaciones fundamentales. Rusia busca efectivamente preservar lo que
considera su “zona de influencia”, de la cual Ucrania es una pieza
clave. Es esto que explica su determinación a controlar por lo menos una
parte del territorio del país.
Los EE.UU. por su parte tratan al mismo tiempo de empujar lo más
hacia el Este posible la frontera de la “zona de influencia” rusa y
frenar el avance de la influencia de Putin en ciertos países,
especialmente en Europa del Este y del Sur.
En efecto, sacando provecho de la crisis económica y política que
atraviesan ciertos países de la región, Putin intenta crear nuevas
alianzas geopolíticas que contrarresten el avance en la región que la
OTAN efectuó luego de la caída del Muro de Berlín y en diversas oleadas
de adhesión a la Alianza transatlántica, sobre todo con países muy
hostiles a Moscú como Polonia.
La desestabilización política que sacude a varios países de Europa del Este
plantea riesgos tanto para las potencias occidentales como para Rusia.
En efecto, estos sacudones sociopolíticos pueden potencialmente llevar
al poder fracciones políticas capaces de imponer ciertos cambios en las
alianzas internacionales de estos países. Así, esta región vuelve a ser
un elemento importante para las disputas geopolíticas de las potencias
mundiales.
El principal objetivo estratégico de Washington es Berlín
A medida que la crisis ucraniana se profundizaba se vio cada vez más
claramente divergencias surgir entre potencias imperialistas
occidentales, sobre todo entre EE.UUU. y Alemania. Mientras EE.UU. se
mostraba mucho más agresivo contra Putin, alentando las tensiones
militares y apoyándose en los gobiernos más belicistas y anti rusos como
el de Polonia y los de los países bálticos (Estonia, Letonia y
Lituania), Alemania adoptó una posición mucho más diplomática.
Esto no es el fruto de cierto “pacifismo” alemán o incluso de un
imperialismo más “bueno y humano”. Los sufrimientos impuestos a las
clases populares en Grecia y otros países de la UE por parte del
gobierno de Angela Merkel son una prueba de que su carácter es tan
reaccionario como el del gobierno de Barak Obama.
Sin embargo, los capitalistas alemanes y europeos tienen mucho más
que perder en una degradación de sus relaciones con Rusia que los EE.UU.
Es eso que explica de hecho todas las presiones sobre Merkel, internas
como exteriores, para levantar las sanciones económicas contra Rusia, en
vigor desde julio del 2014.
Estados Unidos, cuya hegemonía mundial conoce un retroceso parcial
desde hace varios años, por más que ninguna otra potencia imperialista
aparezca como candidata a tomar su lugar, intenta impedir el
fortalecimiento de países que ve como potenciales rivales, empezando por
Alemania. Así, en su lógica, cuanto más la situación permanezca
inestable en el continente, más difícil se para Alemania estabilizar su
dominio sobre Europa y eventualmente competir con los EE.UU en otras
regiones del planeta, sobre todo en Asia del Este.
En este sentido, para los norteamericanos, empujar a la UE hacia un
enfrentamiento con Putin permitiría fragilizar los lazos entre Rusia y
las potencias europeas, empezando por Alemania, lo que haría más difícil
la constitución de un eje “Berlín-Moscú” que potencial podría ser muy
peligroso para los intereses del imperialismo yanqui.
Los aliados occidentales de Putin
Hasta ahora Rusia supo jugar con estas contradicciones entre los
imperialistas europeos y los EE.UU., por más que no pudo aun hacer que
los primeros levanten las sanciones económicas contra ella. Putin
utiliza de hecho las brechas abiertas por la crisis económica y política
que atraviesa la UE e intenta acercarse de ciertos gobiernos, a veces
de características políticas muy diferentes.
Así, Putin trata de cooptar gobiernos marcados claramente de derecha
como el de Viktor Orban en Hungría y al mismo tiempo desarrolla buenas
relaciones con el gobierno Syriza-Anel en Grecia. Otro aliado de peso de
Rusia es Italia. El intercambio económico entre los dos países es de
cerca de 49 mil millones de euros por año.
Este acercamiento entre Moscú, Roma y Atenas es muy importante para
Putin ya que estos dos países se encuentran en el corazón de su proyecto
de gasoducto “Turkish Stream” que conducirá el gas ruso hacia Europa
sin pasar por Ucrania. De hecho, en este proyecto Rusia involucra a otro
socio estratégico del imperialismo en Medio Oriente: Turquía.
Pero Putin no se limita solo a estos países. Está tratando de crear
alianzas políticas tanto en los países del ex “bloque soviético” en el
Este de Europa como en los países centrales del continente. Para esto
Putin no solo cuenta con el apoyo tradicional de ciertas corrientes de
la izquierda neoestalinista o tercermundista. Como afirman analistas del
New York Times, Putin se apoya sobre todo en “fuerzas
de extrema derecha que se oponen a la Unión Europea y que simpatizan
con el ataque de Putin contra lo que él llama la decadencia moral
occidental”.
Según estos mismos autores, por más que el caso más notorio es el del
préstamo de más de 10 millones de euros al Front National de Francia
por parte de un banco ruso-checo, el régimen de Putin tendría relaciones
con otros partidos de extrema derecha como Alternativa por Alemania, el
Jobbik en Hungría, Attaka en Bulgaria, el Partido del Pueblo en
Eslovaquia así como con partidos pro-rusos en los países bálticos. Según
el centro de investigaciones “Political Capital Institue” basado en
Budapes, 15 partidos de extrema derecha europeos estarían ligados a
Rusia.
Está claro que con estas alianzas el régimen putinista busca explotar
las brechas y contradicciones de la UE apoyando partidos y gobiernos
susceptibles de dividir a los dirigentes europeos sobre cuestiones
importantes como la continuidad de las sanciones económicas y políticas
contra Rusia, entre otras.
Un mundo cada vez más inestable
Sin embargo, a pesar de esta política que busca a desestabilizar a
las potencias imperialistas, los discursos y anuncios militaristas sobre
la compra de armamiento pesado y de ejercicios militares, Rusia no
parece querer un enfrentamiento con los occidentales, en todo caso no
por el momento. Así, en una entrevista al periódico italiano Corriere
Della Sera Putin declaraba: “creo que solo un loco y solamente en un sueño puede imaginar que Rusia podría atacar repentinamente a la OTAN”.
En efecto, Putin es consciente de los riesgos que tal enfrentamiento
implicaría y de que esto solo sería un recurso de última instancia
frente a una situación en donde su régimen no tendría otra alternativa.
Pero una cosa es segura: desde el comienzo de la crisis en Ucrania el
mundo entró en una nueva situación de gran inestabilidad geopolítica.
Un analista militar ruso afirma en el New York Times lo siguiente: “todo
el mundo debería entender que estamos viviendo en un mundo
completamente diferente del de hace dos años (…) En el mundo que
perdimos, era posible organizar su seguridad a través de tratados, de
medidas de confianza mutua (…) Ahora, llegamos a una situación
completamente diferente en donde en general la forma de asegurar la
seguridad de un país es la disuasión militar”.
El periodo de pos-Guerra Fría se terminó. La aceleración del
retroceso relativo de la hegemonía norteamericana (Estados Unidos no
logran mas imponer sus propias opciones sin resistencias) se combina con
el hecho que potencias regionales con gran peso geopolítico y militar,
como Rusia, desafían a las potencias imperialistas en ciertos terrenos.
Por el momento Putin es el dirigente internacional que le hace de
forma más abierta. Sin embargo, su oposición a los EE.UU. no tiene nada
de progresista, como ciertos sectores de la “izquierda progresista” lo
hacen pensar. Es el caso en especial de gobiernos “progresistas” de
América latina como Nicolas Maduro en Venezuela o Rafael Correa en
Ecuador. Esto refleja una visión simplista que considera todo opositor a
EE.UU. como progresista. La realidad es que su política gran-rusa,
antipopular y pro-capitalista, mas allá de cierto apoyo a nivel
nacional, le impide ganar la simpatía de las masas populares a lo largo y
ancho del planeta (como era el caso de Hugo Chavez en Venezuela a pesar
de su política marcada por el nacionalismo burgués). Sus alianzas con
los peores grupos y partidos de extrema derecha en Europa son otra
prueba.
Contra las visiones que habían borrado del horizonte de la política
internacional los conflictos entre grandes potencias mundiales, debemos
constatar que estos movimientos, posicionamientos y disuasiones
militares demuestran que el capitalismo es sinónimo de explotación y de
guerra. Para millones de trabajadoras y trabajadores, para la juventud y
todos los oprimidos las diferentes variantes capitalistas e
imperialistas no representan ninguna alternativa.
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